las cartas de amor
Él estaba allí esperando una cita que no iba a llegar, claro que si él hubiera sabido que no iba a llegar, pues no hubiera ido a aquel café. Pero bueno, el haber ido hizo que la encontrara a ella. La vio sentada en la mesa de la esquina, en esa mesa en la que tú y yo alguna vez nos hemos sentado para decirnos verdades como puños. Ella leía un libro y tomaba sorbos, una infusión. Él la vio tan hermosa allí en la esquina que le pareció la mujer de otro, y no pudo evitar el acercarse para decirle algo, porque sabía que la cita no iba a llegar. Lo primero que hizo fue preguntarle por el libro que estaba leyendo, con tan mala suerte que no tenía ni idea de quien era el autor, ni de que iba el libro. Pero bueno, nuestro protagonista era un hombre curtido en la noche y en hablar con otras personas, y acudió a otras estrategias que en otros momentos le habían surtido efecto. Y le preguntó... y bueno, si en gustos literarios no coincidían si coincidían en otras cosas. En un principio nuestro amigo empezó a contar demasiadas mentiras pero le pillaban en todas, así que bueno... si no coincidían en gustos literarios sí lo hicieron en gusto cinematográfico, y quedaron el fin de semana siguiente para ir a ver una película juntos. Nuestro amigo es un farsante y al final de la película se puso a llorar a moco tendido, una estrategia que le dio resultado porque ella le cogió de la mano al final de la película y así salieron del cine. Y él le pidió que fueran a tomar una copa y a seguir contándose verdades, y ella dijo que sí. También coincidían en gustos musicales y al fin de semana siguiente se fueron a un concierto, él le pregunto si le gustaban los cantautores y ella dijo que sí. Y se fueron a un concierto de una tal Ismael Serrano y cuando él cantó una canción de un diputado que se enamora de una chica joven también se cogieron de la mano. Y esto de cogerse de la mano se hizo una costumbre que repetían cada vez más, igual que lo de quedar y lo de decirse verdades. Pasó el tiempo y una mañana se levantaron dándose cuenta de que el uno estaba terriblemente enamorado del otro, de que el uno no podría vivir sin el otro. Y quedaron en el mismo café en el que se habían conocido, en la misma mesa en la que se encontraron, en la misma mesa en la que tú y yo alguna vez nos hemos dicho alguna verdad. Y cuando él fue a abrir la boca ella se la cerró con la mano y le dijo: "calla, sé lo que me vas a decir, sé que me vas a decir que me quieres más que a nada en el mundo, que sin mi no puedes vivir, que me necesitas para todo. Pero te tengo que decir que yo tengo que irme , que también te quiero más que a nada pero tengo que irme, que me tengo que ir lejos y por mucho tiempo, ¿qué te parece?". Y él dijo que le parecía mal y casi prefería que se quedase, ella le dijo que no se preocupase porque cada quince días le iba a mandar una carta de amor, una terrible carta de amor en la que le contaría lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que harían juntos, lo mucho que le echaba de menos y lo mucho que le quería. Y él dijo que bueno, que seguía prefiriendo que no se fuese, pero ella se fue. A los quince días llegó puntualmente la primera carta a su buzón, y el la abrió nervioso. Allí ella le contaba lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que harían juntos, lo mucho que le echaba de menos y lo mucho que le quería. Pasaron otros quince días y llegó la segunda carta, pasaron otros quince y llegó la tercera. Y él vivía marcando en el calendario los días, soñando que llegara ese decimoquinto día en el que llegara esa carta en la que ella le diría muy pronto vida mía, muy pronto estaremos juntos. Pasó el tiempo y las cartas casi no cabían en la mesilla, y él pasaba el tiempo leyéndolas, las releía camino del trabajo y por las mañanas cuando se levantaba, mientras comía y a veces también mientras dormía leía aquellas cartas, aquellas hermosas cartas de amor que ella le mandaba puntualmente cada quince días. Aquello era su más preciado tesoro, así que nuestro amigo se compró una gran caja fuerte para meter todas las cartas. Y allí fue metiendo las cartas y pasó mucho tiempo, quizá diez años, quizá quince, no lo sé. Pero un día dejaron de llegar aquellas cartas de amor. El pensó que podría ser un error de correos, que quizá se había extraviado una de las cartas. Y pensó eso el décimo sexto día, el décimo séptimo; pero, cuando pasó un mes se dio cuenta de que no iba a recibir más cartas, sin más previo aviso habían dejado de llegar. Y él ahora vivía aferrado a su memoria, aferrado a su pasado, leyendo aquellas cartas de amor que aquella mujer le mandaba cada quince días. Las releía, las abría y las guardaba cuidadosamente en el sobre y las volvía a meter en aquella caja fuerte repleta de cartas de amor. Un día nuestro amigo salió de casa, con tan mala suerte de que entraron unos ladrones. Y al ver la caja fuerte pensaron que contenía grandes tesoros y riquezas y se la llevaron. Imagínate la desolación de nuestro hombre cuando entra a casa y se da cuenta de que le robaron lo que más quería, aquellas cartas de amor, aquella caja fuerte llena de cartas de amor en la que ella le contaba lo que le quería, lo que había hecho, lo que harían juntos, lo mucho que le echaba de menos. Y desesperado, nuestro hombre salió a la calle y empezó a preguntar como un loco por las aceras a la gente por una caja fuerte llena de cartas de amor. Imagínate también el enfado de los ladrones cuando al abrir la caja fuerte en su guarida, descubrieron que estaba llena de cartas de amor, cartas de amor que una mujer le escribía a un hombre desde muy lejos contándole lo que hacía, lo que no hacía, lo que harían juntos, lo mucho que le quería y le echaba de menos. A veces sucede que los ladrones son buena gente, y cuando el jefe propuso que lo que había que hacer con aquellas cartas era quemarlas o lanzarlas al río, a uno de ellos que sabía lo que era el amor se le ocurrió otra cosa. Pasó el tiempo, y después de buscar las cartas por toda la ciudad nuestro protagonista volvió a casa desolado, más flaco, más viejo, más triste que nunca. Y al llegar a casa le pareció ver algo en el buzón. Al abrirlo encontró la primera carta que ella le había escrito, y la leyó como la primera vez. En aquella carta ella le contaba lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que harían juntos, lo mucho que le echaba de menos y lo mucho que le quería. Pasaron quince días y llegó la segunda carta, pasaron otros quince días y llegó la tercera. Los ladrones en su generosidad habían decidido mandarle las cartas puntualmente cada quince días y en riguroso orden, tal y como ella lo había hecho. Y ahora nuestro hombre resucitaba con la esperanza de encontrar al decimoquinto día, la carta en la que ella le dijera, "muy pronto amor mío, muy pronto estaremos juntos".
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